jueves, 19 de febrero de 2009

Por Padre Ángel García

“A morir, a morir guerrillero, que para subir al cielo, hay que morir primero”. Son versos de un asturiano excepcional: poeta, guerrillero, sacerdote claretiano, y porqué no, profeta, mártir y santo.

Esos versos son poesía, y son vida, de Gaspar García de Laviana, del que ahora se cumplen 30 años de su muerte. Gaspar murió dando su vida por los campesinos sin tierra, por los hombres sin justicia. Fue un hombre que no dudó tomar las armas, no para matar, ni para defenderse él, sino para defender a los indefensos, por pura convicción, por puro compromiso.

Conocí a Gaspar, hace muchos años, en Asturias, cuando los dos éramos muy jóvenes. Aunque no entablamos amistad, puedo decir que entre los dos hubo una sintonía especial. Pero claro, nos faltaba mucho por vivir; ni él era entonces el Comandante Martín y yo era un cura recién salido del seminario. Después coincidimos brevemente en Madrid, él era un cura obrero que compaginaba su labor pastoral con los jóvenes y el trabajo en una carpintería, y yo empezaba a abrir los primeros hogares de Mensajeros de la Paz por toda España y algunos países de América, continente al que poco después marchó él para ser misionero. Para su misión, en su acepción más completa, eligió al pueblo nicaragüense. O mejor dicho, ellos eligieron a Gaspar. Cuando uno recuerda a personas como él, se le ensancha el corazón, se refuerza en la idea que merece la pena trabajar por los más débiles, y hacerlo de la forma en la que uno cree, y contra viento y marea, si hace falta.

Su lucha no fue estéril, su muerte no fue vana. No fue, podríamos decir, ni muerte siquiera. En estos últimos meses días su lucha renace en actos que conmemoran su aniversario. Sus amigos, sus paisanos, varios ayuntamientos, han organizado hermosos homenajes. La Televisión del Principado ha realizado un precioso reportaje sobre su vida. Hemos visto bellos testimonios, como el Ernesto Cardenal, o el del Obispo Pedro Casaldáliga hablando de su martirio, o el de su hermano o compañeros contándonos su devoción por su madre, a la que presentaba como “lo más bonito del mundo”. Hemos escuchado su mensaje, que Dios está con los pobres, con los desfavorecidos.